viernes, 10 de junio de 2011

Hospital de DJOUM

Era por sobre todas las cosas el dolor. Y el miedo. Los instantes de realidad que se desbordaban antes tus ojos. El pie casi completamente seccionado, músculos, huesos, piel, grasa, sangre y distancia. Muchas horas de distancia hasta el hospital de Yaoundé. Ahí donde quizás... Tu voz con firmeza y con miedo: dame un cuchillo.

Afuera los gritos como hilos de amor que trataban de mantenerte. La mirada de tu padre cuando entró en la sala guardaba para sí la más larga agonía, la más profunda tristeza. Torniquete, presión aquí, presión allá, suero, medicamentos. Tratar de acomodar, de dar forma, de hacer cesar el flujo de vida que se escapaba a chorros. De tratar de acomodar esa realidad a la injusticia de la falta de medios. De tratar de engañar al destino que otra vez en motocicleta arrastraba al hombre a la muerte.

Y la enfermera que pedía el dinero a los que lloraban, a los que golpeaban la puerta como latidos de madera en la larga quieta noche de la selva. La indolente voz de la enfermera que ocultaba su rabia y su tristeza, inocente de tener que cobrar como último eslabón del decadente sistema de salud. Porque aquí no se mueve una jeringa hasta que no se paga.

Después salir al exterior y sentir que no eres un blanco entre los negros. Las salas de espera tienen eso, comulgar con nuestras propias vulnerabilidades nos iguala. Sentir el cansancio de esa adrenalina que dejas entre los muros de aquella sala amarillenta y sucia, tu energía que se funde con los olores, tus dudas sobre si habrás hecho lo más correcto y de la forma más ordenada. Y ese espacio interior donde habita tu imaginación de seis horas de carretera, de y si tuviera aquí una ambulancia, de la probabilidad de que lo consiga.

Eric murió al ingresar al hospital central de Yaoundé.

Fernando

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